La compañía de teatro La Re-sentida lleva 15 años haciendo un teatro rupturista, que hace crítica social y asume la responsabilidad política de cuestionar el poder y sus crueldades. La obra que traen a Bergen, al próximo Festspillene, tiene como protagonista a siete adolescentes chilenos, quienes siguen haciendo preguntas incómodas, pero ahora con la masculinidad y la ternura como puntos centrales.
Por Soledad Marambio, autora y editora
En 2008, dos años antes de que Chile cumpliera 200 años de independencia y 20 años de regreso a la democracia, nació La Re-sentida, una compañía de teatro que venía a decir que no había tanto para celebrar. La compañía supo ver entre los festejos, las grietas; en el Chile independiente y democrático del bicentenario crecía la desigualdad. Las herencias de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) estaban por todos lados, instaladas, naturalizadas. La Re-sentida comenzó a hacer teatro como si quisiera romperlo todo.
Sus obras (Simulacro, Tratando de hacer una obra que cambie el mundo, Oasis de la impunidad, por nombrar algunas) incomodan, muestran las heridas del país y su supuesto progreso, cuestionan el poder, lo critican, llaman a la reflexión, se ríen de la izquierda y de la derecha. Al mismo tiempo, quiebran las formas tradicionales de hacer teatro en Chile.
Les han llamado punks, iconoclastas, provocadores, radicales. Son también colectivo, comunidad. Tienen un director o una punta de lanza, Marco Layera, y un cuerpo fluido: por La re-sentida han pasado decenas de artistas chilenos. El proceso creativo de la compañía suele ser lento, hacen un trabajo largo de investigación y búsqueda de los imaginarios e intereses comunes. Escriben y reescriben y van armando historias que dejan en evidencia lo absurdo de una sociedad que parece desintegrarse en su camino hacia adelante. Para ellos el teatro tiene una responsabilidad política y la que han asumido ellos es la de mostrar el tejido social que se desintegra llevando sus contradicciones hasta el absurdo. Y el absurdo, claro, hace que la gente se ría, se revuelva en sus asientos, reconociendo en la distorsión la imagen propia. Layera dijo hace un tiempo: “… A mí me gusta la crueldad, que [el teatro] genere risa, que haga pensar a las personas en por qué se están riendo de algo que no deben”.
Pero desde hace un tiempo la crueldad y la risa sarcástica parecen haber quedado en suspenso. Lo que La re-sentida trae a Bergen a esta nueva edición del Festspillene es La posibilidad de la ternura. Esta obra pone en el escenario a siete adolescentes chilenos de entre 14 y 18 años que exploran lo que significa volverse hombres en una sociedad que aún tiene ideas muy rígidas sobre la masculinidad. Los siete niños (les chiques, si usamos el lenguaje inclusivo que les chiques usan) fueron parte del proceso creativo que comenzó con un llamado a audición y una serie de laboratorios/talleres donde trabajaron junto con los adultos de la compañía. Allí hablaron de sus expectativas, de las expectativas de los otros, de las figuras a seguir, de las historias de padres, abuelos y otros familiares, de sus frustraciones y deseos.
Cuando comenzaron los ensayos para la obra los adultos de la compañía se sorprendieron al ver que les chiques no tenían miedo de mostrarse afecto, de abrazarse, de contenerse cuando fuera necesario. Carolina de la Maza, directora junto a Layera de La posibilidad de la ternura, cuenta que esto les llamó la atención porque para las generaciones anteriores (para quienes crecimos en los 80, los 90, los comienzos del 2000) la agresividad parecía ser una pulsión más común entre los niños. Fue por eso que se decidieron a explorar la ternura, a ver cómo irrumpía en la masculinidad.
Esta obra sobre la ternura tiene de telón de fondo, literalmente, un dibujo que muestra a un grupo de hombres de las cavernas unidos en la masacre de un mamut. Les chiques aparecen frente al telón, a ratos se vuelven a perder tras él. Con esto y un puñado de elementos escénicos más, la obra cuestiona la idea de una sola masculinidad posible, esa que se performa en la violencia, en tener el poder, en los juegos de guerra, esa que responde a linajes de hombres fuertes que solo quieren otros hombres fuertes como descendencia. Los siete adolescentes que actúan –que ponen el cuerpo y la palabra—en esta obra de teatro, no son esto, ni lo quieren ser. Al mismo tiempo, son conscientes de los roles de género que siguen siendo dominantes en la sociedad chilena y latinoamericana y usan la obra para quejarse, criticar, mostrar su fragilidad y pedir espacio para otras formas de ser.
La obra habla sobre la violencia y la sumisión. Sobre cómo el discurso de género cruza las escenas familiares, las jornadas en la escuela. Así como los adultos de La Re-sentida pensaron en sus infancias al ver a les chiques ensayar, yo, viendo la obra, también recordé a los niños de mi niñez. Y sí, me acordé de bromas pesadas, del fútbol incesante, de una que otra pelea, pero sobre todo recordé a dos, tres compañeros, dulces, más silenciosos que el resto, siempre al centro del acoso que hoy llamamos bullying, pero que en ese tiempo no tenía un nombre definido, no que yo recuerde al menos. Supongo que en mi infancia y adolescencia en Chile, desde mediados de los 80 hasta mediados de los 90, esa violencia se nos mezclaba con otras, con la de la dictadura que por fin se iba a terminar y luego con la del miedo y los abusos que la sobrevivieron y que se nos fueron haciendo casi imperceptibles con el avance de la transición democrática. Esos chicos dulces y silenciosos, además, eran valientes, me acuerdo de que se pararon por lo menos una vez ante toda la clase para pedir respeto, otros espacios para ser. Quiero creer que no volaba ni una mosca mientras ellos hablaban.
La posibilidad de la ternura es sobre estas masculinidades en rebeldía contra LA masculinidad monolítica, de “machito”, prototípica de nuestras tierras. Les chiques cuentan historias propias y ajenas, pero no narran una historia, un argumento. La obra es una colección de momentos, de reflexiones, de formas de mover el cuerpo que van mostrando lo que significa para estos adolescentes la idea de volverse hombres, de cómo se rebelan contra la norma que los ahoga. Esa reivindicación de la ternura y de la importancia de la fragilidad es un acto político, uno que tiene relevancia acá en Noruega también. Tengo una hija a punto de entrar en la adolescencia y comenzar la escuela secundaria. Llevo años escuchándola quejarse de los chicos de su clase y de otras clases. De la violencia, de las burlas, que no son contra ella, o casi nunca, pero que quedan suspendidas en el aire de la escuela. Dice que hay homofobia, sexismo y otra catarata de plagas contemporáneas. Le pregunto por la posibilidad de la ternura entre los chicos que conoce y me dice que no de inmediato, pero luego se queda pensando. ¿Ternura?, pregunta otra vez y titubea. Sí, me responde, pero es una ternura brusca, se empujan y se dicen, “claro que comparto el pan contigo porque eres my man”. Me pregunto si ese asomo de ternura podría guiarse hasta volverla más flexible, más espontánea, más generosa en cuanto a quienes abarca. La ternura no solo como posibilidad, sino también como aprendizaje.
Cuando La Re-sentida llamó a audiciones para esta obra se presentaron 30 niños. La obra anterior de la compañía, Paisajes para no colorear, pasó por un proceso de audición y talleres similares a esta, pero poniendo el foco en chicas adolescentes y en su forma de entender las distintas violencias que debían enfrentar en el proceso de crecer. Para esa audición llegaron 150 chicas. La gente de la compañía cree que se debe a que las chicas están socialmente más dispuestas a participar en espacios donde pueden mostrar sus sensibilidades, compartir sus testimonios, cantar, bailar, en fin, expresarse más libremente. Los roles de género participaron en el proceso de creación de estas obras desde un comienzo. Tal vez por eso las masculinidades que vemos en la puesta en escena de esta obra que viene al Festspillene dan espacio para la ternura y las disidencias. Tal vez esto quiera decir también lo que ya se ha dicho tanto: que el arte y las humanidades nos ayudan a vernos, a explorar los procesos de crecimiento y derrumbe, y así nos permiten pensar, soñar, formas de ser mejor.
Hace un par de años la escritora polaca Olga Tokarczuk en su discurso de aceptación del Premio Nobel dijo “que la ternura es la forma más moderna del amor … [una que] aparece cade vez que miramos con atención y cuidado a otro ser que no es nuestro ser”. La posibilidad de la ternura es una mirada atenta a las formas de ser niño, de pensarse hombre y parte de una sociedad, es una invitación, además, a mirar al otro con atención y cuidado. Se me ocurren pocos momentos de la historia de la humanidad donde necesitáramos con más urgencia aprender a ser mejores personas, a hacer de la ternura una posibilidad real.
Soledad Marambio es una académica, poeta y traductora chilena. Sus trabajos han sido publicados en revistas como Granta, World Literature Today y Words Without Borders. Ha publicado dos colecciones de poesía (una de ellas en una edición bilingüe inglés-español con Ugly Duckling Press), un ensayo académico sobre traducción y varias traducciones del inglés al español. Es una de las fundadoras y editoras de la editorial Les Bones Dones y enseña literatura latinoamericana.